lunes, 29 de julio de 2013

Claroscuro

Uno se acuesta, se acurruca y se pone a llorar. La habitación a la madrugada se ve como una pocilga abandonada. Se está en medio de la oscuridad y se olvida del mundo. Es ahí cuando recuerdo que soy yo. 
Me ahogo en mis lágrimas y en mis caprichos y sólo puedo ver negro; me confundo, me mareo, me incomoda; incluso me da miedo. Me pregunto por qué, y recuerdo que desde tiempos ancestrales he pensado que la oscuridad, irónicamente, tiene su lado locuaz. Abro mis ojos con dificultad y noto esa nada tan característica que ni llega a ser negro. No tiene nombre, porque es la ausencia pura, pero se encuentra ahí y me desafía. Al poco tiempo de calmarme logro diferenciar mis cosas: mi mesa de luz repleta de cosas, la puerta, el espejo roto, mostrando una versión tenebrosa de mí, pero que a la vez me seduce... A veces no me queda otra que prejuzgar, y no está bien: a la oscuridad no hay que prejuzgarla, y menos a la noche. No hay que evadirla intentando aclararlo todo. Hay veces que ella nos brinda un lado diferente mucho más brillante que el normal. La oscuridad tiene ese sabor tácito que no tiene nombre pero es delicioso. La oscuridad saca a la luz todo aquello perdido, humillante, sordo. Nos ayuda a encararlo para que luego, de día podamos vernos superados...


[Escrito a mano hace meses]

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