Qué dañino que me tironeen de un lado a otro y no saber hacia dónde ceder. ¿Estoy cediendo? Y sin embargo me quedo quieta. Saber que nunca les interesaste, que podría haberme simplificado y reducirme hasta la falta de existencia. Es un sentimiento encontrado junto a otros. ¡Pucha! y yo intentando liberarme de mis propios artilugios. Creo que es cuestión des deslizarse y llegar al final del túnel. El atajo, la solución fácil, me raspa la médula pero uno a veces tiene que ponerse la armadura e intentar jugar a que es el héroe de uno mismo, de su propia historia y de sus propios delirios.
Quiero gritar su nombre, el de quien sea (incluso el de un amistoso desconocido), ese nombre que surge de las cenizas y te da un abrazo. Esos que te hacen pensar que la última vez que te sentiste tan feliz fue ayer, y que lo recordás con gusto en un intervalo de esa tensión, de ese vacío, y queda vibrante. Son nombres poco comunes, rodeados de insultos y blasfemias y a veces hasta pareciera que huyen de mí. Por suerte me focalizo y sé darme cuenta que ellos también gritan: "¡Agustina!" y no queda nada más emocionante que el encuentro.