¿Le parecía banal? Todo sumaba, todo la aplastaba, se mezclaba entre ella y la envolvía. La amasijaba. Fijaba dentro de su cápsula el lado más trivial del mundo y se giraba al otro a llorar. Buscaba el rincón más recóndito y a la vez más visible. Intentaba esconderse, correr rápido para que no la vieran pero sus huellas se hacían aún más intensas. Su rastro era obvio. Su olor. Su figura hecha un bollo, retorcida en la oscuridad.
La luz se le acercaba, esté donde esté. Se esparcía de un modo tan desesperante que la hacía jadear. Gemía buscando una atención que siempre quiso, que nunca logró. Tiritaba. Sus extremidades flaqueaban; la luz quemaba y se mostraba imponente ante la insignificante criatura. La luz y su nitidez siempre llegaban, todas las mañanas acechaban y a primera hora uno se indignaba. No había escape, la huída era en vano; la única manera era encararla con la frente en alto y sólo enceguecerse en un principio con la fortaleza de lo antes evitado. La fortaleza de la verdad que luego tanto habría anhelado.