Me acuerdo de aquellos tiempos en los que no tenía la preocupación de estar preocupada. No tenía esa sensación de vacío de cómo, por qué, desde cuándo. Era un presente constante. Ahora son las 5 am, pero siento dentro de mí un retraso, unas ganas de regresar y de volver a esa falta de tiempo. A esa falta de apurar, de ser apurado, de intentar relajarme y no poder... Es una vigilia interminable, y en busca de algo que ni se descubrirá al final de mi laberinto.
Entonces una parte de mí se desprende, la parte más cruda -y a su vez la más agraciada- me domina. Intenté ciertas veces, en general con anhelo, detenerla. Detenerme. He tenido, sorpresivamente, a Eros y a Thanatos bailando desnudos y juntos, en frente mío, y yo completamente hipnotizada y seducida por ellos. Intenté, también, recordar esa parte de mí tan estructurada, por qué aparece si tanto la detesto. El miedo lo puede todo. Da asco que tenga tanto poder sobre una figura tan hermosa como puede ser uno mismo. Noté que mi verdadera yo estaba ahí, bailando, completamente descorazonada pero fortalecida. A veces la locura de ser uno mismo está del otro lado del muro, palpando e intentando a ayudar a demolerlo. Qué satisfacción desdoblarse. Qué satisfacción que yo sufra por mí misma y que pueda arreglar ese caos con algo tan caótico como lo es el ser yo.