sábado, 5 de julio de 2014


Un ruido en la cocina. Me aproximo con mis pies descalzos, deslizándome sobre el parqué con unas ojeras hundidas hasta planta baja. Me aproximo a oscuras porque, incluso a pesar del miedo infantil que a veces recobro hacia el negro vacío, sigue dándome cierto placer, cierta comodidad. Cuando llego a la cocina lo único que puedo ver es la sarta de gotas, brillantes en contraste a la penumbra, cayendo de forma tan simétrica y pausada. Hace bastante tiempo que, te lo juro, no me estaban pasando estas cosas. 
Estaba en un período de oro, en el que no me percataba de algo tan banal como el ruido de un goteo. Parecía que, al fin, me estaba dejando de preocupar por circunstancias tan reales y tan cotidianas como tal sonido. Sin embargo, esta vez no pude evitarlo. Me exasperó saber que mi vida se haya resumido a que en esa noche, en esa noche tan solitaria como muchas, lo que más me preocupó fue escuchar unas gotas de agua que no me dejaban dormir. 
Ahora mismo sigo en la cocina, sigo mirando cómo caen, y me gustaría desafiarme a mí misma, esperando que caigan con algún ritmo diferente. No sé cuánto tiempo pasó desde que estoy acá plantada, pero sé que pasó mucho tiempo desde que empecé a trazar este pensamiento en mi mente hasta ahora. Es curioso que a veces me defino a mí misma como una persona abierta, cuando algo tan mundano me atrapa. Qué mundano tenerle miedo a lo mundano ¿no?

domingo, 29 de junio de 2014

Arriba, yo

A veces hago este ritual. Llego a casa, prendo la computadora y pongo mis ojos a pasear por alguna red social. Veo fotos de chicos y chicas sonriendo y comentando cosas idiotas y todo me parece lejano. A veces tengo una idea egocéntrica de no poder identificarme con ni uno de ellos. Siento que, casi por una cuestión de azar, somos seres humanos, y me resguardo en la teoría de que debo estar equivocada.

Pero después miro hacia la ventana y se me ocurre que es imposible que otra persona sienta la misma sensación que tengo yo. Esa sensación de que muchas veces quisiera ser un átomo, ser una partícula más dentro de las millones que veo en el paisaje. Cómo anhelo ser una de millones de moléculas que levitan, agitadas sólo por las leyes de la física, con tanta naturalidad sobre los colores del cielo. Cómo quisiera formar parte de las nubes y tener el honor de hacer sonreír a alguien por mi belleza, para que luego alguien le pueda sacar una foto y subirla a la computadora. Me encantaría ser un pedazo de entidad con una belleza inexplicable y libre que sea inalcanzable para toda explicación verbal. 

Pero heme aquí. Quisiera creer que tengo un horrible saco de humano, pero la cruda realidad es que soy un crudo cuerpo, y esto no es un disfraz. Nunca voy a tener el privilegio de flotar y cautivar a nadie, ni complacer a nadie, en un mundo tan ausente de tantas infinitas cosas. Sin embargo, todavía me aturde esta idea de que capaz mi crudeza tenga el suficiente poder como para robar un pedazo de cielo. Probablemente, yo sería la única capaz de poder ver esas nubecitas alrededor mío, y probablemente sería la única en cautivarme.
Sí, probablemente estuve equivocada.

jueves, 5 de junio de 2014

¿Y quién te enseñó a vos
a vivir en este mundo?

¿Quién tuvo la culpa

que pensaras de esa forma?

¿Quién tuvo las agallas
de decirte que estoy equivocada?

¿Quién tuvo las ganas

de hacerte quedar tan mal parada?

¿Quién te quiso sabotear
para que ni tu sangre quiera tomarte en serio?

¿Quién fue el fabulador
que te hizo creer que las cosas son como lo pensaste vos?

¿Acaso fui yo?
¿Fui yo aquella que no te pudo dar nada, que no te pudo dar amor?

¿Fui yo, entonces
la que nunca heredó esto de vos, la que te tiene que enseñar a alzar la voz?

¿Quién fue? Decime
La que te hizo especular que con sólo una palabra podrías partirme en dos.

domingo, 25 de mayo de 2014


Chau, entonces
Chau morada, chau mi cara desganada

Chau tu garganta atragantada.
Chau tu discurso de dos patas
Chau miradas falsas entrecruzadas
Chau a ese lazo, chau tus ojos
Chau sólo a tus pupilas
Chau a esa ochava
Chau vos
Chau fachada, chau todo
Sólo quedo






yo.


(No cabemos dos)

lunes, 3 de marzo de 2014

Inercia

Ahí estabas
inerte
Un pedazo de mi vida,
una diapositiva
pasando por mi retina.

Estabas inmóvil
estabas hueca
pero te llenabas
con recuerdos vívidos.

Estabas solitaria,
estabas suelta.
Te llevabas esas memorias
te llevabas esa mueca.

Me dejabas a mí
con la mirada clavada
en la inercia,
en la espera.

No pasó nada más,
y pasó todo.

Te fuiste hacia la tierra,
la vida;
no miraste atrás.

Te fuiste, varios años
y volviste varios más.

domingo, 23 de febrero de 2014

Semáforo en amarillo

Odio tomar taxis. Son caros, y en general tengo la mala suerte de que me toca con los peores tacheros. Los que se enojan porque “les di billete grande” cuando me salió 35 pesos y les doy un billete de cincuenta, los que te miran de arriba a abajo antes de que (no) me suba como si se olvidaran que tienen la misma edad que mi viejo, los que se hacen los idiotas dando mil vueltas para que el numerito en verde siga creciendo.

Sin embargo, estos días pareciera que mi vida y mi resistencia mental se transformaron en una sátira. En vez de llorar con la frente en alto estas últimas semanas me dediqué al mejor de los deportes: el desplazamiento. En vez de lo anterior, agacho la cabeza al nivel de estar algo contracturada y en vez de llorar muestro alergias, náuseas y migrañas (sí, especialmente alergias). Estos días me dediqué a simplemente estar mal, y este desplazamiento fue tan grave que llegó a transformarse en algo de mi accionar: tuve que desplazarme con un taxi.

¿Saben cuál es uno de los peores momentos de andar en taxi? Estar con un completo desconocido y que el semáforo pare en rojo. Recuerdo que quería llegar rápido, que necesitaba llegar a ese lugar de forma rápida y segura, y lo único que podía pasar por mi mente era que el semáforo estaba en rojo, y que tenía que tranquilizarme y esperar (y no, no es lo mismo que en un adorable y sucio colectivo). ¿Saben qué es realmente lo peor? El semáforo en amarillo. Ese instante en el que se genera ese color tan claro y a su vez tenso que no me deja pensar con sutileza. Necesitaba llegar, necesitaba hacer que esto acabe, y sin embargo estaba ahí, petrificada, en el instante infinito del semáforo amarillo. Lo único que podía hacer era respirar, tranquilizarme y esperar.
Hace poco lo soñé. Soñé que estaba perdida en un lugar que se parecía a Tandil. Estaba en el medio de la nada y apareció un taxi. Instintivamente, me subí, y el tachero se giró y me miró a los ojos. Sabía que podía confiar en este señor, y le dije que me lleve al lugar más cercano y lindo que encuentre, que con eso iba a estar bien. Confié, esperé y, ¿saben qué? Era una ruta, no había semáforos. Nos deslizábamos por la noche en la tranquilidad, y simplemente llegaba a ese lugar tan deseado. Sin implotar. Sin exasperantes microsegundos. Sin alergias.

jueves, 6 de febrero de 2014

Time.
We can’t see it, we can’t hear it,
we can’t weigh it, we can’t measure it in a laboratory.
It is a subjective sense of becoming what we are,
instead of what we were a nanosecond ago,
becoming what we will be in another nanosecond.
The Hopis see time as a landscape:
existing before and behind us, and we move — we move through it,

Slice by slice.


[The man from Earth] 

domingo, 2 de febrero de 2014

El último andén


22.29. Estaba sentado en el asiento más alejado del andén. El olor a la madera vieja, a la mugre del subte, a los perfumes de la gente apurada, eran olores que comúnmente a él lo embriagaban. Sin embargo este era su final, y como todo final, ya no importaban esos pequeños detalles. 
Era la última vez que pisaba ese viejo piso, donde muchos zapatos lustraron, seguramente, alguna historia semejante a la suya, pero él no lo sabía. Quizá por la esperanza, quizá por atolondramiento. Notó los pasos de ella. Los pasos de aquella mujer que tanto había amado, y que seguía amando. 
Un recuerdo pasó fugaz por su mente, sólo un instante. Recordó las piernas entrelazadas con las suyas, sus dientes blancos desnudos sólo para él. Recordó su brazo perdiendo la circulación por abrazarla mientras dormía, recordó cómo sus deditos caminaban por un largo paisaje lleno de montañas y depresiones. Sí, de estas últimas hubo muchas. Todo esto, y muchas cosas más, vinieron a la mente del hombrecito solitario en el último andén. Y ella estaba ahí.
Giró su cabeza hacia la derecha, pero se percató que todos sus sentidos habían fallado: ella no estaba. ¿Dónde se había metido? Lo único que faltaba, es que ese malestar se alargue por más tiempo.
Sorprendentemente, esta vez fue perspicaz. La mujer estaba del otro lado, en el otro andén. Su cuerpo, estampado en la atmósfera, daba sensación de ser una silueta intocable, imperturbable. Allí estaba ella, con las piernas como dos anclas clavadas al pavimento, con los dientes cubiertos por su boca sellada. Fue un instante, (tic tac) y vio el infinito. Pero ese instante se terminó, y despegó sus labios.
La mujer vocalizó: "¿Viste? Y pensabas que iba a estar de ese lado". (Tic tac) Aparecieron los subtes (tic tac) y de nuevo vocalizó "Subite". Los subtes se cruzaron, y por otro instante, dudó si a esa estampilla tan valiosa, si a ese holograma, si a ese fantasma, lo había atropellado el vagón de su lado. Supuso que la mente maquina muy rápido a la hora de resentirse con ella. Sin embargo, él le hizo caso y se subió a su vagón a quién sabe dónde. Sólo sabía que su tren partía hacia el Sur y que el de ella hacia el Norte. 
Se resignó, pero creyó que entendió. Esos vagones nunca más iban a compartir esa estación, ellos no iban a compartir ni un pedazo de chatarra sobre dos vías. Y todos los días, los meses, los años, se le hacían diminutos cuando miraba hacia atrás por la ventanilla. Después, oscuridad. Miedo. Pero en algún momento, iba a llegar a otra estación. Más al Sur, pero otra estación al fin y al cabo.
22.30.

[Inspirada humildemente en "El Sur" de Jorge Luis Borges]

miércoles, 22 de enero de 2014

Un vacío más con una cuota de esperanza mayor. El tesoro de los ingenuos. La riqueza de los bondadosos. La reliquia del iluso. Y por cierto, también, la mirada de reojo de los alienados.

martes, 14 de enero de 2014



¿Te acordás cuando deshacíamos el cielo? Era como un mantel que nos cubría, era como el reflejo del océano. Éramos vos, y yo, y el profundo azul. Lo desmesurábamos, nos fijábamos detalladamente en cada miguita puesta en el mantel de forma tan aleatoria, tan desmedida, tan perfecta. Bajo nuestros ojos, era un espejo que sólo reflejaba lo más preciado y ancestral de la vida. Nuestras miradas se cruzaban y podía ver la pálida luz manchando tu cara. Me sonreías, y en esos momentos podría haber jurado que estaba sola, sola con vos, y que esa era la mejor parte. Que una sábana oscura y pura nos unía y nos abrigaba. Podría haber jurado, de nuevo, que vos también tenías una galaxia escondida. Desviaste la mirada hacia el cielo, y en el reflejo de tus ojos, lo pude ver de nuevo: la galaxia eras vos, vos eras el cielo.