domingo, 29 de junio de 2014

Arriba, yo

A veces hago este ritual. Llego a casa, prendo la computadora y pongo mis ojos a pasear por alguna red social. Veo fotos de chicos y chicas sonriendo y comentando cosas idiotas y todo me parece lejano. A veces tengo una idea egocéntrica de no poder identificarme con ni uno de ellos. Siento que, casi por una cuestión de azar, somos seres humanos, y me resguardo en la teoría de que debo estar equivocada.

Pero después miro hacia la ventana y se me ocurre que es imposible que otra persona sienta la misma sensación que tengo yo. Esa sensación de que muchas veces quisiera ser un átomo, ser una partícula más dentro de las millones que veo en el paisaje. Cómo anhelo ser una de millones de moléculas que levitan, agitadas sólo por las leyes de la física, con tanta naturalidad sobre los colores del cielo. Cómo quisiera formar parte de las nubes y tener el honor de hacer sonreír a alguien por mi belleza, para que luego alguien le pueda sacar una foto y subirla a la computadora. Me encantaría ser un pedazo de entidad con una belleza inexplicable y libre que sea inalcanzable para toda explicación verbal. 

Pero heme aquí. Quisiera creer que tengo un horrible saco de humano, pero la cruda realidad es que soy un crudo cuerpo, y esto no es un disfraz. Nunca voy a tener el privilegio de flotar y cautivar a nadie, ni complacer a nadie, en un mundo tan ausente de tantas infinitas cosas. Sin embargo, todavía me aturde esta idea de que capaz mi crudeza tenga el suficiente poder como para robar un pedazo de cielo. Probablemente, yo sería la única capaz de poder ver esas nubecitas alrededor mío, y probablemente sería la única en cautivarme.
Sí, probablemente estuve equivocada.

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