miércoles, 16 de octubre de 2013

Allá vienen

Querido amigo: Hoy de nuevo soñé con lobos. Soñé que entraba a una ciudad oculta detrás de unas rocas en el medio del océano. La ciudad estaba llena de gente, pero no parecía tener vida. Me dijeron que no le tema a los lobos, que iban a estar por todas partes, pero yo sabía que ellos me podían hacer daño como uno puede apreciar tranquilamente por algún programa yanki de la tele. Acá eran en serio, amigo, y realmente estaba asustada. Sin embargo vos me brindaste cierta confianza hacia ellos. Me enseñaste que son un buen cazador pero no tienen azarosamente ese parecido tan fiel a los caninos que nos reciben en nuestros cálidos hogares una vez que llegamos después de un arduo día. Yo creo que vos más bien sos un perro, esa tontería de que los lobos van mejor con vos no es cierta. Yo sé que en el sueño vos también tenías miedo, aunque querías asimilarte con esa tonta idea de vagar solo sin que nadie te comprenda, autoabastecerte con tu sufrimiento y tragártelo entero, como un pedacito de carne de algún antílope. Esa sensación de ir con una manada pero observar de reojo sólo las huellas de tus cuatro patas... ¿No te parece escalofriante? Es por eso que ese sueño parecía una pesadilla; no estoy exagerando. Esa sensación de estar en conjunto pero estar solo, tener esa mirada desolada y a la vez desafiante, punzante, no puede deberse a buenos augurios. ¿No te hace acordar a la soledad? ¡Y me estaban rodeando los lobos, amigo! ¡Me estaba rodeando!

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