Creo que hacía frío afuera. Siempre hace frío afuera.
Lo recuerdo como si hubiese sido
ayer, como si hubiese estado durante toda la eternidad y fuera cíclico. La
necesidad de entrar en la estación de Castro Barros de la línea A, el olorcito
a madera vieja, el sonido de los autos arriba mío pero como tapados por un
frasco. La estación no está metida en la ciudad, sino que la ciudad está tapada
fuera de la estación, fuera de mí.
Bajé las escaleras a un ritmo que
podría haber sido marcado por compases. Había pasado un tiempo pero sin embargo
conservaba un grado de agilidad típico de una joven entusiasta. La estación
estaba vacía y el silencio era rotundo, mas me sentía con tanta vida como nunca
antes. Tenía la oportunidad de sentarme en el asiento que yo quiera.
Particularmente siempre dudé entre los opuestos de estar más cerca de la boca
del subte, cerca de esa realidad ruidosa y mundana que tanto suele ponerme los
pelos de punta o simplemente hundirme más en ese agujero sin fin. Opté por la
segunda opción; el aire era más cálido pero a su vez conservaba una brisa
débil, casi despreciable, confortablemente antinatural.
Creí que habían pasado horas y
sin embargo aún no llegaba ese transporte que tal vez me llevaría aún más allá,
ese traslado que tanto anhelaba pero que sin duda me llevaría a un lugar
indeterminado.
Noté, en un abrir y cerrar de
ojos, que no estaba sola. Del otro lado de la estación, esperando un rumbo
totalmente opuesto, había una jovencita muy parecida a mí. No. Era igual a mí,
sólo que más joven. Me percaté de su rostro más ovalado, de su mirada tan
ingenua y hasta incluso me reí por lo bajo con una risita aguda cuando evalué con
trabajo sus pechos casi imperceptibles.
Mi risa se desvaneció tan rápido
como la llegada de esa intrusa: ésta comenzó a mirarme de soslayo y con un
gesto un tanto insolente y resentido. Admito que por un instante me preocupé y
creí que todo iba a estar perdido, pero luego retomé con una risa aún más
fuerte, esta vez con una dosis de nervios. Pude percibir el sonido del tren
llegando de su lado; pude percibir sus ojos hundidos en mí al ponerse en pie y
pronunciar con sus finos labios “ya va a ser tu turno…”.
La estación perdió ese hermoso
olor a madera vieja y sus tonos sepias fueron grotescamente interrumpidos por
un rojo carmesí que hasta me hirió los ojos. Todo fue absurdo, innecesario y
poco armonioso. Todo lo que hizo fue egoísta e inmaduro. Así pensaba ella
antes. Así pensé yo. Así lo pensaré.
Entonces…
Bueno, te dije lo que pensaba al respecto (que no es mucho, lamentablemente no pude deducir algo "wow" de tu sueño) y me alegro que finalmente lo hayas publicado. por un momento pensé que te habrías arrepentido
ResponderEliminarQuizá el escribir tus sueños te resulte como un buen ejercicio y a la larga te va a empezar a gustar lo que vos misma escribís
remember: do something, do anything. Just do :3