viernes, 15 de noviembre de 2013

Idílica

Los cristales se rompen, pero sólo era una amenaza más. 
El hombre, una simple silueta tosca, a contraluz. La mujer, un inexplicable perlado de piel que escurría brillantes partículas incluso con la poca luz que entraba. 
El asaltante estaba esperando su encuentro. Se entristeció al ver que la situación no ameritó la reacción que se esperaba. La mujer, silueta parpadeante de lujuria aunque enmohecida, prefirió fundirse en el silencio y aparentar una mirada vítrea. Sí, los cristales se rompen, y nunca pueden volver a su forma original.
El hombre, a decir verdad, no era un hombre. No importaba eso: era un chasquido, una mentira, un simple falo, una molécula de agonía. Sería delito confundirlo con una persona de bien, pensó la desdichada.
- ¿Qué me venís a arrebatar?, lo provocó.
- Sólo un poco de tu alegría- desafió. Un poquito de esos pómulos marcados, un poco de esa mirada esperanzada, un poco de tu día, pero un poco es tan sólo una pavada. 
La mujer, a decir verdad, no era una mujer. Sin embargo usó la estrategia correcta: una mirada truculenta para que el atacante entienda. La luz se apagó. El brillo y la lujuria se habían ido. El hombre se entumeció, cayó al piso y sólo pudo ver la mezcla fatal entre su sangre y los pedazos de vidrio. Levantó la mirada, buscó a su objetivo, pero ya no estaba más… se había ido. Y junto a él, tan sólo un reflejo vago en la penumbra, pudo ver el cristal intacto, más reluciente que nunca.

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